El artículo de Raymond Fisman y Edward Miguel (‘Economía contra la corrupción’, FP edición española, octubre/noviembre de 2008) sostiene no sin razón que en la lucha contra los corruptos “los incentivos importan” y que el uso legal de datos económicos puede ofrecer información valiosa sobre los esquemas de corrupción. Los enfoques creativos siempre son necesarios.

Pero sostener que “sólo entonces podremos asumir la tarea, mucho más difícil, de decidir qué hacer al respecto” es pasar por alto una considerable serie de medidas que pueden y deberían ponerse en práctica. Existe un amplio consenso entre los donantes, los gobiernos y el sector privado en que son necesarias, aunque no del todo suficientes, ciertas iniciativas. Entre ellas, el aumento en la transparencia de la información, la supervisión, la aplicación de las leyes penales y, sí, la recompensa a la rendición de cuentas con incentivos.

Éstos y otros pilares básicos para una agenda eficaz contra la corrupción, que Transparencia Internacional propugna desde hace mucho tiempo, cuentan ahora con el acuerdo universal y están recogidos en códigos internacionales como la Convención contra la Corrupción de Naciones Unidas y la Estrategia de Gobierno y Anticorrupción del Banco Mundial. Aunque siempre son bienvenidos otros enfoques, ya hace mucho tiempo que se deberían haber adoptado estos principios básicos.

  • Nancy Zucker Boswell Presidenta de Transparencia Internacional

    Washington, EE UU

 

Raymond Fisman y Edward Miguel responden:

Estamos totalmente de acuerdo con Nancy Zucker Boswell en que es necesaria una actuación inmediata y directa para erradicar la corrupción en el mundo, y en que los responsables de diseñar las políticas ya disponen de algunas herramientas para ello. Aplaudimos esos esfuerzos, incluidos los liderados por Transparency International.

Sin embargo, aún nos queda mucho por aprender sobre cómo diseñar estrategias más eficaces. Más allá de los métodos que hemos abordado en nuestro artículo, las investigaciones futuras podrían llegar a desacreditar ciertos elementos de la sabiduría convencional sobre esfuerzos que en teoría parecen plausibles, pero que en la práctica podrían no ser eficaces. El peor enemigo del avance contra la corrupción es la autocomplacencia. Así que, sí, deberíamos emprender ya acciones encaminadas a acabar con este fenómeno, pero llevar a cabo una rigurosa y nueva evaluación de las políticas actuales –que a menudo puede arrojar resultados inesperados– debe seguir siendo la máxima prioridad.